Terencio tuvo en todo instante el sentido de la ponderación y del buen gusto, frente a Plauto, más creador, quien tuvo un sentido exacto y fecundo de lo popular. César lo calificó de dimidiatus Menander, y ya es mucho que un hombre de tal jerarquía dijera eso de un liberto del siglo anterior. ¿Se refería a ponderación y no a mediocridad? No es fácil, pero sería más justo. El excelente comediógrafo latinoafricano careció de verdadera originalidad creadora, pero fue un hombre de gran sensibilidad y exquisitez: "soy hombre y nada humano me es ajeno", decía. Ésta y otras sentencias de Terencio, tomadas de la filosofía griega, nos muestran al escritor y artista en su más peculiar aspecto.
Seis, son sus comedias: Andria (La doncella de Andró), Eunucus (El eunuco); Heatttontimorumenos (El que se atormenta a sí mismo); Phormio; Hecyra (La suegra) y Adelphoe (Los dos hermanos).
Horacio expresó su admiración por la obra del gran comediógrafo; Quintiliano la calificó de elegantissima. La mayor parte de sus argumentos son tomados de Menandro. Cuando César habla de vis cómica, frase incorporada al lenguaje moderno de todos los pueblos, no parece querer decir lo que la posteridad ha interpretado. Algunos críticos creen que después del primer vocablo, último de un verso, debe ir una coma, con lo que resultaría el adjetivo comica acompañando a un vocablo posterior: virtus, y no a vis. Son muchos los investigadores y críticos que opinan que el juicio de César acerca de Terencio es un elogio y no una censura.